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reza; ahora intenclonalmente, y para vengargre de los hombres.

«Mi primer propósito fué volver á mi oficia de ladron de caza: este ejercicio se habia transformado en una pasion para mi; pero no era esto solo lo que me impulsó á él. Ansiaba por burlarme del edicto señorial, y por hacer cuanto daño pudiese al señor de aquellas tierras. No me detenia ya el temor de que me sorprendieran, porque ahora tenia una bala lista para el delator, y ni mi ojo ni mi mano erraban. Sin consideracion alguna mataba cuanta caza se levantaba, y no era que me aficionase el dinero, pues la mayor parte la dejaba podrirse en los bosques; vivia miserablemente, y solo gapaba para plomo y pólvora. Ruidosas fueron mis devastaciones en la caza mayor, pero ningun temor me acongojaba. Poco á poco se estinguia mi fama; poco á poco se olvidó mi nombre.

Este modo de vida duraba ya algunos meses; una mañana despues de haberme cansado en vano dos horas siguiendo la pista de un ciervo, lo vi de repente saiir á un claro del bosque, justamente cuando iba á tirar, me sorprendió la vista de un sombrero que estaba á pocos pasos, y á algunos mas reconoci al cazador Roberto, que detras del tronco de una gruesa encina acechaba al mismo ciervo. Un frio mortal recorrió mi cuerpo; alli al alcance de mi bala estaba el hombre que mas aborrecia, la causa de todas mis horas de cruel amargura. La escopeta me pesaba como si el destino del mundo pendiese de ella, y el concentrado odio de mi vida entera movia convulsivamente el dedo que habia de hacer el movimiento homicida. Una horrorosa invisible mano echó un velo sobre todos mis sentimientos; bien se mostró en aquel negro momento cual habia de ser el destino de mi desgraciada vida! El brazo temblaba al permitir al fusil seguir la fatal direccion, golpeaba los dientes, el aire entraba como si quisiese desgarrar mis pulmones. Un minuto quedó indeciso el curso del cañon entre el hombre y la bestia; un minuto tembló... un minuto aun un minuto lucharon el bien y el mal destrozando mi alma; al fin venció la venganza, y Roberto yacia muerto á mis pies.

El arma cayó con el tiro......... —Asesino— repetí por mucho tiempo: el bosque me parecia un callado y solitario cementerio; me pia á mi mismo pronunciar pausadamente, pero como si una voz estraña lo digese: asesino!!!

«Largo rato estuve ante el muerto sin movimiento y sin habla, hasta que una risa me volvió á la vida: —¿hablarás ahora, buen amigo? dije; y despues de haberlo vuelto boca arriba y cerrado los ojos que tenia abiertas, me apresuro á alejarme del sitio. Principiaba á sentirme estraño á mi mismo.

Hasta entonces habia pecado á costa de mi vergüenza; pero ahora habia sucedido algo que no podia resarcir ni aun á costa de mi propia