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huian de mí con repugnancia. Los niños habian sido siempre grandes favoritus mios; le ofrecí una moneda de cobre á uno que acertó á estar, junto, el muchacho me miró un instante, y me tiró la moneda á la cara. En una disposicion tranquila de ánimo me hubiese recordado que aun conservaba la barba larga con que sali del presidio, y que daba á mi cara una espresion horrorosa, pero el mal corazon habia ofuscado el entendimiento. Lágrimas cono aquellas no han corrido nunca por mis megillas.

«El muchacho no sabe quien soy, y sin embargo me trata como una despreciable bestia (me dije á mí mismo). ¿He perdido la semejanza con los demas hombres? porque siento que en adelante no los podré amar.

«El desprecio de aquel niño en cambio de la buena accion que habia querido hacerme, me fué mas amargo que los tres años de presidio.

«Entré en un café, con qué intencion no lo sé; pero bien me acuerdo que salí de él con rabia en el corazon; de los muchos antiguos conocidos que alli hallé reunidos, ni uno se dignó siquiera saludarme. Asi andaba buscando un asilo en que recogerme, cuando al volver de una esquina me encontré con mi Juana. —Wolf!— esclamó, é hizo un movimiento para abrazarme.— Gracias doy á Dios por tu vuelta, querido Wolf.— Los harapos que la cubrian revelaban el hambre y la miseria, y sus modales me descubrieron el humillante estado á que habia descendido, algunos dragones del principe que poco antes habia encontrado recorriendo las calles me dijeron lo demas.— Vivandera! esclamé con la risa del desprecio en los labios, y me separé de ella. Consolóme el ver una criatura mas envilecida que yo.

«Mi madre habia muerto, y mis acreedores se habian apoderado de mis cortos bienes: nada tenia ya en el mundo. Antes evitaba con cuiado las miradas de los hombres: el desprecio me era intolerable; ahora las buscaba y me complacia en incomodarlos con mi presencia. Bien se avenia á mi propósito el no tener nada que perder ni conservar, ni tampoco necesitaba bienes, porque nadie sospechaba que los tuviese.

«El mundo está abierto á mis proyectos: quizá hubiera podido vivir honradamente en otra provincia, pero me faltaba el ánimo aun siquiera de parecer honrado. La désesperacion y la vergüenza habian acabado con mi pundonor; si la soberbia y el orgullo me hubiesen animado hubieia acabado con mi vida.

«Sin darme cuenta á mi mismo, adopté el camino para que estaba mi alma mas dispuesta, solo recuerdo que queria hacer daño, que deseaba merecer mi suerte. En mi opinion, las leyes eran las bienhechoras del mundo, y esta razon era mas que suficiente para propenerme ofenderlas: anteriormente las habia quebrantado por necesidad y lige-