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Luisa, con el corazon latiéndole con violencia se encontró por fin ante la capilla, pero no atreviéndose á entrar, se sentó en los escalones que conducian á la pequeña iglesia, y cuando el rey salió se levantó, alzó su velo, y doblando una rodilla, con los ojos bajos le ofreció al monarca las flores de su canasto. El rey, encantado con la sencilla y bella apariencia de la jóven escogió una rosa de Provenza, y un ramo de laurel, y colocándolos en su pecho con una mano, con la otra ofreció alzarla del suelo. ­

—No; replicó la doncella. No puedo levantarme hasta que me hayais concedido el favor que os pido.

—­Esplicate, replicó el rey, que al instante reconocio la voz que y habia la noche anterior dado articulacion á palabras tan lisongeras para su vanidad.

—Todo lo que pido, dijo Luisa alzando sus suaves ojos azules hácia al rostro de su soberano, es que me liberteis de una cruel sentencia en la que me han dicho pensais hacer el oficio de verdugo.

—¿De veras? respondió el rey, mis enemigos me dan crédito de ser un gran bárbaro entonces.... pero estais hablando en enigmas, bella doncella; hazme el favor de decirme quien eres, y que es lo que de mí deseas?

―Señor, replicó Luisa, soy huerfana de madre, y mi padre ha sido persuadido por mi cruel madrasta á concederme en casamiento el mas repugnante viejo de toda la Francia, y el sacrificio se hubiera consumado anoche á pesar de mis lágrimas y súplicas si vuestra llegada como la del ángel de mi guarda no lo hubiese evitado.

—Ha, ha, esclamó el rey riéndose—­¿con qué vos sois la señorita cuyo banquete de boda tan sin ceremonia devoré?

—Si señor, pero me habeis hecho aun mayor daño, porque me dicen que habeis prometido ser padrino de mi boda.

—Eso he prometido, replicó el rey con gravedad. ¡Oh cielos!.—

—Pero vos no cometereis tal barbarie!..... ah! si supierais como lo detesto.

―Pobre señor! es bien digno de compasion.

—Compasion! esclamó Luisa sorprendida.

—Si, mi dulce Luisa, bien digno de compasion por ser objeto de tu odio.

—¡Ah señor! Os burláis de mi desventura.

―De ninguna manera.... pero quizás esté en mi poder hacértelo mas agradable, supongamos.―¿Si lo hiciese Duque?.....

—­Aunque lo hicieseis rey, seria siempre el objeto de mi aversion.