ción no se veía sino á medias, bajo las largas ramas planas del cedro centenario que sobre ella se extendía, y á través de la espesura de las plantas trepadoras, enroscadas en sus delgados pilares de madera.
A una voz de los remeros, una criada joven, vestida con un traje de algodón azul y tocada con un gran sombrero de paja de bambú, sostenido por un cordón que le pasaba por detrás de las orejas, salió de la casa. El posadero salió, á su vez, con el abanico en la mano, y saludó:
—¡Ah!—exclamó—¡qué honor para mi posada recibir la visita de tan nobles señores!
Y, levantando un poco su túnica, se inclinó para amarrar á una estaca la cuerda de la barca.
Los jóvenes saltaron á tierra y entrando en la posada, se despojaron de sus sables y de sus pesados sombreros de laca negra, adornados únicamente con una mariposa ó una flor de oro. Después de haber bebido una taza de sake se perdieron en una avenida umbrosa.
—¡Si no vinieran!—exclamó Boitoro.
—Estoy seguro de que vendrán—dijo Miodjin, con acento de profunda convicción.
Biotoro miró á su amigo con aire sorprendido y curioso á la vez.
—Sí, estoy seguro de que vendrán—repitió Miodjin.
—Oí que una de ellas, que estaba cerca del pabellón de "Las mil campanitas," decía á su hermana:
"Cuando volvamos el año que viene, este joven
pescador habrá crecido un sasi." Sé hasta el nombre
de la mayor: se llama Yamata.