—A la posada de los "Cañaverales florecidos" donde hay apacibles soledades y paisajes encantadores.
—¿Y no esperas allí más que eso?—preguntó Boitoro, con aire de incredulidad—¿No piensas encontrar, como el año pasado, á la puerta de la posada, á dos jóvenes acompañadas por su madre, su hermano mayor y algunos criados? ¿No hace mucho tiempo que aguardas impacientemente este día, con la esperanza de ver de nuevo el puente barnizado de laca que se curva sobre el estanque, el cedro centenario que cobija á la posada y el rostro regocijado del posadero?
—¿Por qué violentar estos dulces pensamientos? ¿Por qué recordarlos en pleno día, como aves nocturnas á las que daña la luz ? Si desde hace un año estamos callados ¿por qué, pues, hablar hoy?
—Porque ya no somos niños, Miodjin, y hemos
variado bastante. El grano hundido en la tierra
oculta durante algún tiempo su misteriosa labor; pero
después, sube el tallo y desplega su follaje; el amor es
como una planta, y el que ha germinado en nuestro
corazón no espera sino un rayo de sol, la cálida mirada
que lo haga florecer. El año pasado no éramos sino
dos jóvenes estudiantes, alegres y locos, y debíamos
ocultar el sentimiento que abrigábamos, como los
ladrones ocultan un tesoro robado; pero hoy han
terminado nuestros estudios, somos libres y es preciso
que obremos prontamente, sin esperar á que otros
hayan conquistado el corazón de nuestras amadas.