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El Japón

número de cuarenta y seis, se reúnen bajo la presidencia del Karo-Kuranosake, el subsecretario de Hacienda de la tribu. Como gente hábil, fingen una dispersión para alejar toda vigilancia.

El chambelán, espera, sin embargo, sufrir las represalias y durante mucho tiempo desconfía. Después, como pasa el tiempo sin que sus enemigos hagan un movimiento ofensivo, se desvanecen sus temores y se duerme con una engañosa seguridad; momento que aprovechan los conjurados.

Una noche de invierno Kuranosake reúne á los suyos. Una espesa capa de nieve apaga el ruido de sus pasos. Caminan silenciosamente envueltos en sus capas sombrías, con los rostros ocultos por antifaces. Llegan al palacio de Kozuke y escalan los muros. Una vez en él se desenmascaran, encienden sus antorchas y con formidables gritos se precipitan al asalto. Triunfan prontamente de la resistencia de sus adversarios; pero el chambelán está oculto en el almacén de carbón. Después de largas pesquisas le encuentran y le quieren obligar á hacer el "Hara-Kiri." Se opone, y entonces los ronines, creciéndose ante su cobardía, le traspasan con su lanza, le cortan la cabeza y la llevan, como trofeo, á la tumba de Ako. Luego, se constituyen prisioneros. En suma, su acción es legítima, según las costumbres del país, y excita la admiración del pueblo que pide el perdón para los cuarenta y siete samurais. Pero como han atacado á un alto personaje, están condenados al suicidio, y al amanecer, se les lleva

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