frente á los asistentes, cuatro sillas en línea recta. Los preparativos no son, pues, muy complicados.
En actitudes reservadas y modestas pero sin la menor timidez ni torpeza, cuatro damas chiquititas, entre ellas la condesa Hisamatsu y la señora Tatsuké, se sientan en estas sillas. Son los cuatro invitados al Tcha-no-you. Forman un cuadro encantador.
Por fin, se entreabre una puerta y aparece la señora Motono, la cual avanza lentamente por el salón. Lleva diversos objetos á los cuales mira atentamente. Bajo el brillo de sus hermosos cabellos, su pálido y encantador rostro tiene una expresión cautivadora. Es una visión exquisita, llena de lejanas evocaciones, de misterio, de ensueños.
Llega á la mesa y dispone, sobre ella, metódicamente los objetos que lleva; después se aleja de nuevo, y trae otros. Reina un profundo silencio.
Luego se sienta detrás de la mesa y se inclina saludando lentamente. Después, con tranquilo ademán, coge una taza, saca de su cintura un trapito de seda roja y muy sosegadamente limpia la vasija; lo repliega en seguida cuidadosamente y se sirve de él para levantar la tapadera caliente del escaldador.
Con una cucharilla de bambú de largo y frágil mango, coge un poco de agua y la vierte en la taza; es para sumergir en ella un objeto ligero que se parece al batidor para hacer huevos á la nieve, y que tiene un uso análogo; lo sacude á fin de vaciar el agua en una pilita de porcelana y enjuga la taza con un trapo blanco