—Que hasta la última gota, sea un filtro de amor y de felicidad.
Se levantaron los esposos y ya quedaban unidos para toda la vida.
Los asistentes fueron entonces á admirar la canastilla de la novia y los muebles que llevaba: trenzas, biombos, espejos de tocador, cofrecitos de laca, batería de cocina.
Después se sirvió la comida en una galería que daba al jardín. Cuando hubieron acabado de comer y todos estaban embriagados, Yamata, que había tenido la vista baja, alzó la cabeza y miró á Miodjin de reojo. Le divisó un poco distante, en frente de ella. La dolorosa contracción y la palidez de su rostro, la impresionaron, y le hizo una señal para indicarle que quería hablar con él; pero el joven no la vio y levantándose, se fué al jardín. Yamata se levantó también y fué en su busca. Un sollozo desgarrador le indicó el sitio donde se hallaba. Estaba tendido sobre la hierba y lloraba amargamente con la cabeza entre las manos.
—¡Hermano!...¡Hermano!... —exclamaba Yamata arrodillándose cerca de él—¿Lloras? ¿Qué tienes?
El joven se levantó vivamente.
—¡Tú!...¡tú aquí! ¡ah! ¡déjame! ¡déjame! ya
no soy el dueño de mi corazón; lo ha desgarrado el dolor
tanto tiempo contenido. ¡No puedo más! ¡Tú no debes asistir á la muerte de mi corazón!