—Todavía dura la fiesta—dijo Futen, que iba en pie, en la popa de la barca.
Las orillas del río estaban á obscuras. Los almacenes, los entrepuentes, los despachos de expedición, que lo encerraban entre sus filas de construcciones regulares, no tenían ni una luz encendida. El festón ininterrumpido formado por sus tejados, destacábase, en negro, sobre las claridades de las calles.
Pasaron las barcas bajo un hermoso puente encorvado como un arco tenso; después bogaron por un canal, en donde se detuvieron.
Como la casa de las jóvenes estaba un poco lejos, tenían que ir á pie.
—Nosotros las acompañaremos—dijo Boitoro,—y así sabremos donde está su casa.
—¡Cuidado no os vayáis á perder entre la multitud, y tened cuidado con los ladrones!—previno Futen.
Y, tomaron aliento para gobernarse en medio de la baraúnda, como si se arrojasen en ondas agitadas por el huracán.
Al día siguiente, muy de mañana, los dos amigos salieron al campo para buscar un arbusto parecido al espino, cuyas hojas permanecen constantemente verdes.
Cuando le hubieron encontrado sacaron sus respectivos sables y cada uno cortó una rama. Pero, luego de un momento de reflexión, Miodjin arrojó la suya á la maleza.
—¿Por qué haces eso?—le preguntó Boitoro.