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El Japón

Nos encontramos con los mismos compañeros del año pasado. Seguramente hemos de pasar un día muy agradable.

—Creía que nos volveríamos á ver—dijo la madre, cuyo ancho rostro se iluminaba con una sonrisa luminosa.

—La esperanza de volverles á ver, nos ha traído á este sitio—dijo Boitoro mirando á Yamata.

—¿No está su amigo con usted? Me pareció verle al pasar ante el pabellón—añadió la menor dé las jóvenes alzando la manga de su vestido, y ocultándose un poco detrás de su hermana.

Era linda y menuda, y tenía el aspecto vivo y curioso de un pájaro. Su vestido azul, adornado con hilos de oro, se ceñía á sus caderas, y un nudo enorme se inflaba detrás del talle. Llevaba gentilmente, sobre los alfileres que adornaban su peinado, su quitasol rosa y azul.

Su hermana era de una belleza más grave, velada dulcemente por un tinte melancólico; sus ojos de negras pupilas, dejaban escapar relámpagos brillantes y dolorosos y era encantadora su triste sonrisa.

Miodjin había abandonado su escondite al oír que la joven preguntaba por él. Acercóse al grupo y su mirada se cruzó con la de Yamata. Esta volvió la vista en seguida.

—Ahí le tienes—dijo en voz baja la más joven, á su hermana.

—Cállate, Mizou—murmuró Yamata;—disimula tu alegría.

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