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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

—Dése parecer soy yo, dijo el barbero.

—Y aun yo, añadió la sobrina.

—Pues así es, dijo el ama, vengan, y al corral con ellos.

Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera y dió con ellos por la ventana abajo.

—¿Quién es ese tonel? dijo el cura.

—Este es, respondió el barbero, Don Olivante de Laura.

—El autor dése libro, dijo el cura, fué el mismo que compuso á Jardín de flores; y, en verdad, que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero, ó, por decir mejor, menos mentiroso; sólo sé decir que éste irá al corral por disparatado y arrogante.

—Este que sigue es Florismarte de Hircania, dijo el barbero.

—¿Ahí está el señor Florismarte? replicó el cura: pues á fe que ha de parar presto en el corral, á pesar de su extraño nacimiento y soñadas aventuras; que no da lugar á otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con él y con esotro, señora ama.

—Que me place, señor mío, respondió ella; y con mucha alegría ejecutaba lo que le era mandado.

—Este es el El caballero Platir, dijo el barbero.

—Antiguo libro es ese, dijo el cura, y no hallo en él cosa que merezca venia; acompañe á los demás sin réplica; y así fué hecho.

Abrióse otro libro, y vieron que tenía por título El caballero de la Cruz.

—Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se suele decir: tras la cruz está el diablo. Vaya al fuego.

Tomando el barbero otro libro, dijo:

—Este es Espejo de caballerías.

—Ya conozco á su merced, dijo el cura: ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce pares con el verdadero historiador Turpín; y en verdad que estoy por condenarlos no más que á destierro perpetuo, siquiera porque