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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el más doloroso y risueño llanto del mundo, creyendo que estaba muerto. El cura fué conocido de otro cura que en la procesión venía, cuyo conocimiento puso en sosiego el concebido temor de los dos escuadrones. El primer cura dió al segundo en dos razones cuenta de quién era don Quijote, y así él como toda la turba de los diciplinantes fueron á ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con las lágrimas en los ojos, decía:

—¡Oh flor de la caballería, que con sólo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual, faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por sólo un mes de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin tacha, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines; en fin, caballero andante, que es todo lo que decirse puede!

Con las voces y gemidos de Sancho revivió don Quijote, y la primera palabra que dijo, fué:

—El que de vos vive ausente, dulcísima Dulcinea, á mayores miserias que éstas está sujeto. Ayúdame, Sancho amigo, á ponerme sobre el carro encantado; que no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos.

—Eso haré yo de muy buena gana, señor mío, respondió Sancho, y volvamos á nuestra aldea en compañía destos señores, que su bien desean, y allí daremos orden de hacer otra salida que nos sea de más provecho y fama.

—Bien dices, Sancho, respondió don Quijote; y será gran prudencia dejar pasar el mal influjo de las estrellas que agora corre.

El canónigo y el cura y barbero le dijeron que haría muy bien en hacer lo que decía; y así, habiendo recebido grande gusto de las sim-