n efecto, fueron tantas las voces que don Quijote dió, que, abriendo de presto las puertas de la venta, salió el ventero despavorido y fué á ver quién tales gritos daba, y los que estaban fuera hicieron lo mismo. Maritornes, que ya había despertado á las mismas voces, imaginando lo que podía ser, se fué al pajar, y desató, sin que nadie lo viese, el cabestro que á don Quijote sostenía, y él dió luego en el suelo á vista del ventero y de los caminantes, que, llegándose á él, le preguntaron qué tenía, que tales voces daba.
El, sin responder palabra, se quitó el cordel de la muñeca, y levantándose en pie, subió sobre Rocinante, embrazó su adarga, enristró su lanzón, y tomando buena parte del campo, volvió á medio galope, diciendo:
—Cualquiera que dijere que yo he sido con justo título encantado,