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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

diligencia me han puesto en el grado que me veis. Mi menor hermano está en el Perú, tan rico, que con lo que ha enviado á mi padre y á mí, ha satisfecho bien la parte que él se llevó, y aun dado a las manos de mi padre con qué poder hartar su liberalidad natural, y yo ansimismo he podido con más decencia y autoridad tratarme en mis estudios y llegar al puesto en que me veo. Vive aún mi padre, muriendo con el deseo de saber de su hijo mayor, y pide á Dios con continuas oraciones no cierre la muerte sus ojos hasta que él vea con vida los de su hijo; del cual me maravillo, siendo tan discreto, cómo en tantos trabajos y aflicciones ó prósperos sucesos se haya descuidado de dar noticia de sí á su padre; que si él lo supiera, ó alguno de nosotros, no tuviera necesidad de aguardar al milagro de la caña para alcanzar su rescate. Pero de lo que yo agora me lastimo es de pensar si aquellos franceses no le habrán dado la libertad, ó le habrán muerto por encubrir su hurto. Esta duda hará que yo prosiga mi viaje, no con aquel contento con que le comencé, sino con toda melancolía y tristeza. ¡Oh buen hermano mío! y ¡quién supiera agora dónde estás, que yo te fuera á buscar y á librar de tus trabajos, aunque fuera á costa de los míos! ¡Oh! ¡quién llevara nuevas á nuestro viejo padre de que tenías vida, aunque estuvieras en las mazmorras más escondidas de Berbería! que de allí te sacaran sus riquezas, las de mi hermano y las mías. ¡Oh Zoraida hermosa y liberal! ¡quién pudiera pagar el bien que á mi hermano hiciste! ¡quién pudiera hallarse al renacer de tu alma y á las bodas, que tanto gusto á todos nos dieran!

Estas y otras semejantes palabras decía el oidor, lleno de tanta compasión con las nuevas que de su hermano le habían dado, que todos los que le oían le acompañaban en dar muestras del sentimiento que tenían de su lástima. Viendo, pues, el cura, que tan bien había salido con su intención y con lo que deseaba el capitán, no quiso tenerlos á todos más tiempo tristes; y así se levantó de la mesa, y entrando donde estaba Zoraida, la tomó por la mano, y tras ella se vinieron Luscinda y Dorotea. Estaba esperando el capitán á ver lo que