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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

á los unos y á los otros; pero admirábanse de la hermosura de Zoraida, la cual en aquel instante y sazón estaba en su punto, ansí con el cansancio del camino, como con la alegría de verse ya en tierra de cristianos, sin sobresalto de perderse; y esto le había sacado al rostro tales colores, que si no es que la afición entonces me engañaba, osara decir que más hermosa criatura no había en el mundo, á lo menos que yo la hubiese visto.

»Fuimos derechos á la iglesia, á dar gracias á Dios por la merced recibida; y así como en ella entró Zoraida, dijo que allí había rostros que se parecían á los de Lela Marién. Dijímosle que eran imágenes suyas; y como mejor se pudo, le dió el renegado á entender lo que significaban, para que ella las adorase como si verdaderamente fuera cada una de ellas la misma Lela Marién que la había hablado. Ella, que tiene buen entendimiento y un natural fácil y claro, entendió luego cuanto acerca de las imágenes se le dijo. Desde allí nos llevaron y repartieron á todos en diferentes casas del pueblo; pero al renegado, á Zoraida y á mí nos llevó el cristiano que vino con nosotros, en casa de sus padres, que medianamente eran acomodados de los bienes de fortuna, y nos regalaron con tanto amor como a su mismo hijo.

»Seis días estuvimos en Vélez, al cabo de los cuales el renegado, hecha su información de cuanto le convenía, se fué á la ciudad de Granada á reducirse, por medio de la santa Inquisición, al gremio santísimo de la Iglesia; los demás cristianos libertados se fueron cada uno donde mejor le pareció. Solos quedamos Zoraida y yo, con sólo los escudos que la cortesía del francés le dió á Zoraida, de los cuales compré este animal en que ella viene; y sirviéndola yo hasta agora de padre y escudero, y no de esposo, vamos con intención de ver si mi padre es vivo, ó si alguno de mis hermanos ha tenido más próspera fortuna que la mía, puesto que, por haberme hecho el cielo compañero de Zoraida, me parece que ninguna otra suerte me pudiera venir, por buena que fuera, que más la estimara. La paciencia con que Zoraida lleva las incomodidades que la pobreza trae consigo, y el deseo que muestra de verse ya cris-