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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

como pocas veces ó nunca viene el bien puro y sencillo, sin ser acompañado ó seguido de algún mal que le turbe ó sobresalte, quiso nuestra ventura, ó quizá las maldiciones que el moro á su hija había echado (que siempre se han de temer, de cualquier padre que sean), quiso, digo, que, estando ya engolfados, y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, yendo con la vela tendida de alto abajo, frenillados los remos, porque el próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de la luna, que claramente resplandecía, vimos cerca de nosotros un bajel redondo, que, con todas las velas tendidas, llevando un poco á orza el timón, delante de nosotros atravesaba, y esto tan cerca, que nos fué forzoso amainar por no embestirle, y ellos asimismo hicieron fuerza de timón para darnos lugar que pasásemos.

»Habíanse puesto al bordo del bajel á preguntarnos quién éramos, y adonde navegábamos y de dónde veníamos; pero, por preguntarnos esto en lengua francesa, dijo nuestro renegado:

»—Ninguno responda, porque estos, sin duda, son corsarios franceses, que hacen á toda ropa.

»Por este advertimiento ninguno respondió palabra; y habiendo pasado un poco delante, que ya el bajel quedaba á sotavento, de improviso soltaron dos piezas de artillería, y, á lo que pareció, las balas venían con cadenas, porque con una cortaron nuestro árbol por medio, y dieron con él y con la vela en la mar; y al momento, disparando otra pieza, vino á dar la bala en mitad de nuestra barca, de modo que la abrió toda, sin hacer otro mal alguno; pero, como nosotros nos vimos ir á fondo, comenzamos todos á grandes voces á pedir socorro y á rogar á los del bajel que nos acogiesen, porque nos anegábamos. Amainaron entonces, y echando el esquife ó barca á la mar, entraron en él hasta doce franceses, bien armados con sus arcabuces y cuerdas encendidas, y así llegaron junto al nuestro; y viendo cuán pocos éramos, y cómo el bajel se hundía, nos recogieron, diciendo que, por haber usado la descortesía de no respondelles, nos había sucedido aquello. Nuestro renegado tomó el cofre de las riquezas de Zoraida, y