encubrirle nada. Mostrámosle la ventanilla por donde parecía la caña, y él marcó desde allí la casa, y quedó de tener especial y gran cuidado de informarse quién en ella vivía. Acordamos ansimismo que sería bien responder al billete de la mora; y como teníamos quien lo supiese hacer, luego al momento el renegado escribió las razones que yo le fui notando, que puntualmente fueron las que diré, porque de todos los puntos substanciales que en este suceso me acontencieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida. En efecto, lo que á la mora se le respondió fué esto:
«El verdadero Alá te guarde, señora mía, y aquella bendita Marién,
»que es la verdadera Madre de Dios, y es la que te ha puesto en el
»corazón que te vayas á tierra de cristianos, porque te quiere bien.
»Ruégale tú que se sirva de darte á entender cómo podrás poner por
»obra lo que te manda; que ella es tan buena, que sí hará. De mi parte,
»y de la de todos estos cristianos que están conmigo, te ofrezco de
»hacer por ti todo lo que pudiéremos, hasta morir. No dejes de escri-
»birme y avisarme lo que pensares hacer, que yo te responderé siempre;
»que el grande Alá nos ha dado un cristiano cautivo que sabe hablar y
»escribir tu lengua tan bien, como lo verás por este papel. Así que, sin
»tener miedo, nos puedes avisar de todo lo que quisieres. A lo que
»dices, que si fueres á tierra de cristianos, que has de ser mi mujer, yo
»te lo prometo, como buen cristiano; y sabe que los cristianos cumplen
»lo que prometen, mejor que los moros. Alá y Marién, su madre, sean
»en tu guarda, señora mía.»
»Escrito y cerrado este papel, aguardé dos días á que estuviese el baño solo, como solía; y luego salí al paseo acostumbrado del terradillo, por ver si la caña parecía, que no tardó mucho en asomar. Así como la vi, aunque no podía ver quién la ponía, mostré el papel, como dando á entender que pusiesen el hilo; pero ya venía puesto en la caña, al cual até el papel, y de allí á poco tornó á parecer nuestra estrella con la blanca bandera de paz del atadillo. Dejáronla caer, y alcéla yo, y hallé en el paño, en toda suerte de moneda de plata y de oro, más