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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

éstas se cubrían con celosías muy espesas y apretadas. Acaeció, pues, que un día, estando en un terrado de nuestra prisión con otros tres compañeros, haciendo pruebas de saltar con las cadenas por entretener el tiempo, estando solos (porque todos los demás cristianos habían salido á trabajar), alcé acaso los ojos, y vi que por aquellas cerradas ventanillas que he dicho, parecía una caña, y al remate della puesto un lienzo atado, y la caña se estaba blandeando y moviéndose, casi como si hiciera señas que llegásemos á tomarla. Miramos en ello, y uno de los que conmigo estaban fué á ponerse debajo de la caña, por ver si la soltaban ó lo que hacían; pero así como llegó, alzaron la caña y la movieron á los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióse el cristiano, y tornáronla á bajar y hacer los mismos movimientos que primero. Fué otro de mis compañeros, y sucedióle lo mismo que al primero. Finalmente, fué el tercero, y avínole lo que al primero y al segundo. Viendo yo esto, no quise dejar de probar la suerte; y así como llegué á ponerme debajo de la caña, la dejaron caer, y dió á mis pies dentro del baño. Acudí luego á desatar el lienzo, en el cual vi un nudo, y dentro dél venían diez cianiis, que son unas monedas de oro bajo que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros.

»Si me holgué con el hallazgo, no hay para qué decirlo; pues fué tanto el contento como la admiración de pensar de dónde podía venirnos aquel bien, especialmente á mí; pues las muestras de no haber querido soltar la caña sino á mí, claro decían que á mí se hacía la merced. Tomé y besé el dinero, quebré la caña, volvíme al terradillo, miré la ventana, y vi que por ella salía una muy blanca mano, que la abrían y cerraban muy apriesa. Con esto entendimos ó imaginamos que alguna mujer, que en aquella casa vivía, nos debía de haber hecho aquel beneficio; y en señal de que lo agradecíamos, hicimos zalemas á uso de moros, inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allí á poco sacaron por la misma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la volvieron á entrar.

Tomo I.—108