»Este hará veintidós años que salí de casa de mi padre; y en todos ellos, puesto que he escrito algunas cartas, no he sabido dél ni de mis hermanos nueva alguna; y lo que en este discurso de tiempo he pasado, lo diré brevemente. Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje á Génova, fuí desde allí á Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir á asentar mi plaza al Piamonte; y estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran duque de Alba pasaba á Flandes. Mudé propósito, fuíme con él, servíle en las jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé á ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina, y á cabo de algún tiempo que llegué á Flandes se tuvo nuevas de la liga que la santidad del papa Pío V, de felice recordación, había hecho con Venecia y con España contra el enemigo común, que es el turco, el cual en aquel mismo tiempo había ganado con su armada la famosa isla de Chipre, que estaba debajo del dominio de los venecianos: pérdida lamentable y desdichada.
»Súpose cierto que venía por general de esta liga el serenísimo don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe; divulgóse el grandísimo aparato de guerra que se hacía, todo lo cual me incitó y conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se esperaba; y aunque tenía barruntos y casi premisas ciertas de que en la primera ocasión que se ofreciese sería promovido á capitán, lo quise dejar todo, y venirme, como me vine, á Italia, y quiso mi buena suerte que el señor don Juan de Austria acababa de llegar á Génova; que pasaba á Nápoles á juntarse con la armada de Venecia, como después lo hizo en Mesina. Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada, ya hecho capitán de infantería, á cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte más que mis merecimientos; y aquél día, que fué para la cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar; en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y