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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

daros en un ardite, como lo veréis por la obra: decidme ahora si queréis seguir mi parecer y consejo en lo que os he propuesto.

»Y mandándome á mí, por ser el mayor, que respondiese, después de haberle dicho que no se deshiciese de la hacienda, sino que gastase todo lo que fuese su voluntad, que nosotros éramos mozos para saber ganarla, vine á concluir en que cumpliría su gusto, y que el mío era seguir el ejercicio de las armas, sirviendo en él á Dios y á mi rey. El segundo hermano hizo los mismos ofrecimientos, y escogió el irse á las Indias, llevando empleada la hacienda que le cupiese. El menor, y, á lo que yo creo, el más discreto, dijo que quería seguir la Iglesia, ó irse á acabar sus comenzados estudios á Salamanca. Así como acabamos de concordarnos y escoger nuestros ejercicios, mi padre nos abrazó á todos, y con la brevedad que dijo, puso por obra cuanto nos había prometido; y dando á cada uno su parte, que, á lo que se me acuerda, fueron cada tres mil ducados en dinero (porque un nuestro tío compró toda la hacienda y la pagó de contado, porque no saliese del tronco de la casa); en un mismo día nos despedimos todos tres de nuestro buen padre, y en aquel mismo, pareciéndome á mí ser inhumanidad que mi padre quedase viejo y con tan poca hacienda, hice con él que de mis tres mil tomase los dos mil ducados; porque á mí me bastaba el resto para acomodarme de lo que había menester un soldado. Mis dos hermanos, movidos de mi ejemplo, cada uno le dió mil ducados, de modo que á mi padre le quedaron cuatro mil en dineros, y más tres mil que, á lo que parece, valía la hacienda que le cupo, que no quiso vender, sino quedarse con ella en raíces. Digo, en fin, que nos despedimos dél y de aquél nuestro tío que he dicho, no sin mucho sentimiento y lágrimas de todos, encargándonos que les hiciésemos saber, todas las veces que hubiese comodidad para ello, de nuestros sucesos prósperos ó adversos. Prometímosselo, y abrazándonos y echándonos su bendición, el uno tomó el viaje de Salamanca, el otro el de Sevilla, y yo el de Alicante, adonde tuve nuevas que había una nave ginovesa que cargaba allí lana para Génova.

Tomo I.—105