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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

delante los que dijeren que las letras hacen ventaja á las armas; que les diré (y sean quien se fueren) que no saben lo que dicen; porque la razón que los tales suelen decir, y á lo que ellos más se atienen, es que los trabajos del espíritu exceden á los del cuerpo, y que las armas sólo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas; ó como si en esto, que llamamos armas los que las profesamos, no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento; ó como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene á su cargo un ejército ó la defensa de una ciudad sitiada, así con el espíritu como con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales á saber ó conjeturar el intento del enemigo, los designos, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen; que todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo, pues, ansí que las armas requieren espíritu, como las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado ó el del guerrero, trabaja más; y esto se vendrá á conocer por el fin y paradero á que cada uno se encamina; porque aquella intención se ha de estimar en más, que tiene por objeto más noble fin. Es el fin y paradero de las letras... y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo; que á un fin tan sin fin como éste, ningún otro se puede igualar; hablo de las letras humanas; que es su fin poner en su punto la justicia distributiva, y dar á cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin, por cierto, generoso y alto y digno de grande alabanza; pero no de tanta como merece aquel á que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida; y así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres, fueron las que dieron los ángeles la noche que fué nuestro día, cuando cantaron en los aires: Gloria á Dios en las alturas, y paz en la tierra á los hombres de buena voluntad. Y la salutación que el mejor Maestro de la tierra y del cielo enseñó á