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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

cuarto sobre otro! ó no me llamaría yo como me llamo, ni sería hija de quien soy.

Estas y otras razones tales decía la ventera con grande enojo, y ayudábala su buena criada Maritornes. La hija callaba, y de cuando en cuando se sonreía. El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacían. Dorotea consoló á Sancho Panza, diciéndole que cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometía, en viéndose pacífica en su reino, de darle el mejor condado que en él hubiese. Consolóse con esto Sancho, y aseguró á la princesa que tuviese por cierto que él había visto la cabeza del gigante, y que, por más señas, tenía una barba que le llegaba á la cintura, y que si no parecía, era porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por vía de encantamento, como él lo había probado otra vez que había posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía, y que no tuviese pena; que todo se haría bien y sucedería á pedir de boca. Sosegados todos, el cura quiso acabar de leer la novela, porque vió que faltaba poco. Cardenio, Dorotea y todos los demás le rogaron la acabase; él, que á todos quiso dar gusto, y por el que él tenía de leerla, prosiguió el cuento, que decía así:

»Sucedió, pues, que, por la satisfacción que Anselmo tenía de la bondad de Camila, vivía una vida contenta y descuidada; y Camila, de industria, hacía mal rostro á Lotario, porque Anselmo entendiese al revés la voluntad que le tenía; y para más confirmación de su hecho, pidió licencia Lotario para no venir á su casa, pues claramente se mostraba la pesadumbre que con su vista Camila recibía; mas el engañado Anselmo le dijo que en ninguna manera tal hiciese; y desta manera por mil maneras era Anselmo el fabricador de su deshonra, creyendo que lo era de su gusto. En esto, el que tenía Leonela de verse calificada, aunque no de buena, en sus amores, llegó á tanto, que, sin mirar á otra cosa, se iba tras él á suelta rienda fiada en que su señora la encubría