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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

poner en ejecución lo que no quiero que sepas, porque no procures estorbarlo, que tomases la daga de Anselmo que te he pedido, y pasases con ella este infame pecho mío? Pero no hagas tal; que no será razón que yo lleve la pena de la ajena culpa. Primero quiero saber qué es lo que vieron en mí los atrevidos y deshonestos ojos de Lotario, que fuese causa de darle atrevimiento á descubrirme un tan mal deseo, como es el que me ha descubierto, en desprecio de su amigo y en deshonra mía. Ponte, Leonela, á esa ventana, y llámale; que sin duda alguna él debe estar en la calle, esperando poner en efecto su mala intención; pero primero se pondrá la cruel cuanto honrada mía.

»—¡Ay señora mía! respondió la sagaz y advertida Leonela; y ¿qué es lo que quieres hacer con esta daga? ¿Quieres por ventura quitarte la vida ó quitársela á Lotario? que cualquiera destas cosas que quieras ha de redundar en pérdida de tu crédito y fama. Mejor es que disimules tu agravio, y no des lugar á que este mal hombre entre ahora en esta casa, y nos halle solas: mira, señora, que somos flacas mujeres, y él es hombre y determinado; y como viene con aquel mal propósito, ciego y apasionado, quizá antes que tú pongas en ejecución el tuyo, hará él lo que te estaría más mal que quitarte la vida. ¡Mal haya mi señor Anselmo, que tanta mano ha querido dar á este desuellacaras en su casa! Y ya, señora, que le mates, como yo pienso que quieres hacer, ¿qué hemos de hacer dél después de muerto?

»—¿Qué, amiga? respondió Camila; dejarémosle para que Anselmo le entierre; pues será justo que tenga por descanso el trabajo que tomare en poner debajo de la tierra su misma infamia. Llámale, acaba; que todo el tiempo que tardo en tomar la debida venganza de mi agravio, parece que ofendo á la lealtad que á mi esposo debo.

»Todo esto escuchaba Anselmo, y á cada palabra que Camila decía, se le mudaban los pensamientos; mas cuando entendió que estaba resuelta en matar á Lotario, quiso salir y descubrirse, porque tal cosa no se hiciese; pero detúvole el deseo de ver en qué paraba tanta gallar-

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