dijo tantas cosas, que no hay más que oir. Calle, señor; que si oyese esto, se volvería loco de placer: dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García que dice.
Oyendo esto Dorotea, dijo callando á Cardenio:
—Poco le falta á nuestro huésped para hacer la segunda parte de don Quijote.
—Así me parece á mí, respondió Cardenio; porque, según da indicio, él tiene por cierto que todo lo que estos libros cuentan pasó ni más ni menos que lo escriben; y no le harán creer otra cosa frailes descalzos.
—Mirad, hermano, tornó á decir el cura, que no hubo en el mundo Félixmarte de Hircania ni don Cirongilio de Tracia, ni otros caballeros semejantes, que los libros de caballerías cuentan; porque todo es compostura y ficción de ingenios ociosos, que los compusieron para el efecto, como vos decís, de entretener el tiempo, como lo entretienen leyéndolos vuestros segadores; porque realmente os juro que nunca tales caballeros fueron en el mundo, ni tales hazañas ni disparates acontecieron en él.
—A otro perro con ese hueso, respondió el ventero. ¡Como si yo no supiese cuántas son cinco, y adonde me aprieta el zapato! No piense vuestra merced darme papilla; porque, por Dios, que no soy nada bobo. ¡Bueno es que quiera darme vuestra merced á entender que todo aquello que estos buenos libros dicen sea disparates y mentiras, estando impreso con licencia de los señores del Consejo Real, como si ellos fueran gente que habían de dejar imprimir tanta mentira junta, y tantas batallas y tantos encantamentos, que quitan el juicio!
—Ya os he dicho, amigo, replicó el cura, que esto se hace para entretener nuestros ociosos pensamientos, y así como se consiente en las repúblicas bien concertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos, para entretener á algunos que ni quieren, ni deben, ni pueden trabajar, así se consiente imprimir y que haya tales libros, creyendo, como es natural, que no ha de haber alguno tan ignorante, que