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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

no sólo á mí, sino á otros muchos; porque, cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas. A lo menos, de mí sé decir que cuando oyó decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días.

—Y yo ni más ni menos, dijo la ventera, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estáis escuchando leer; que estáis tan embobado, que no os acordáis de reñir por entonces.

—Así es la verdad, dijo Maritornes; y á buena fe que yo también gusto mucho de oir aquellas cosas, que son muy lindas; y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos, abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciendo la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto.... digo que todo esto es cosa de míelos.

—Y á vos ¿qué os parece, señora doncella? dijo el cura, hablando con la hija del ventero.

—No sé, señor, en mi ánima, respondió ella; también yo lo escucho; y en verdad que aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo; pero no gusto yo de los golpes de que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están ausentes de sus señoras; que en verdad que algunas veces me hacen llorar, de compasión que les tengo.

—Luego, ¿bien los remediárades vos, señora doncella, dijo Dorotea, si por vos lloraran?

—No sé lo que me hiciera, respondió la moza; sólo sé que hay algunas señoras de aquéllas, tan crueles, que las llaman sus caballeros tigres y leones y otras mil insolencias; y ¡Jesús! yo no sé qué gente es aquella tan desalmada y tan sin conciencia, que, por no mirar á un hombre honrado, le dejan que se muera ó que se vuelva loco; y no sé

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