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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

hincar de finojos ante su presencia, y decir que van de parte de vuestra merced á dalle la obediencia, ¿cómo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos?

—¡Oh qué necio y qué simple que eres! dijo don Quijote. ¿Tú no ves, Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se extiendan más sus pensamientos que á servilla por sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos, sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros.

—Con esa manera de amor, dijo Sancho, he oído yo predicar que se ha de amar á nuestro Señor por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria ó temor de pena; aunque yo le querría amar y servir por lo que pudiese.

—¡Válate el diablo por villano! dijo don Quijote, y ¡qué de discreciones dices á las veces! No parece sino que has estudiado.

—Pues á fe mía que no sé leer, respondió Sancho.

En esto les dió voces maese Nicolás, que esperasen un poco; que querían detenerse á comer en una fuentecilla que allí estaba. Detúvose don Quijote, con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto, y temía no le cogiese su amo á palabras; porque, puesto que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida. Habíase en este tiempo vestido Cardenio los vestidos que Dorotea traía cuando la hallaron, que aunque no eran muy buenos, hacían mucha ventaja á los que dejaba. Apeáronse junto á la fuente, y con lo que el cura se acomodó en la venta, satisficieron, aunque poco, la mucha hambre que todos traían.

Estando en esto, acertó á pasar por allí un muchacho, que iba de camino; el cual, poniéndose á mirar con mucha atención á los que en la fuente estaban, de allí á poco arremetió á don Quijote, y abrazándole por las piernas, comenzó á llorar muy de propósito, diciendo:

¡Ay señor mío! ¿no me conoce vuestra merced? Pues míreme

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