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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

—No tornes á esas pláticas, Sancho, por tu vida, dijo don Quijote, que me dan pesadumbre: ya te perdoné entonces, y bien sabes tú que suele decirse, á pecado nuevo, penitencia nueva.

Mientras esto pasaba vieron venir por el camino donde ellos iban á un hombre caballero sobre un jumento, y cuando llegó cerca, les pareció que era gitano; pero Sancho Panza, que do quiera que veía asnos, se le iban los ojos y el alma, apenas hubo visto al hombre, cuando conoció que era Ginés de Pasamonte, y por el hilo del gitano sacó el ovillo de su asno, como era la verdad, pues era el rucio sobre que Pasamonte venía: el cual por no ser conocido y por vender el asno se había puesto en traje de gitano, cuya lengua y otras muchas sabía muy bien hablar como si fueran naturales suyas.

Vióle Sancho y conocióle, y apenas le hubo visto y conocido, cuando á grandes voces le dijo:

—¡Ah ladrón Ginesillo! deja mi prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso, deja mi asno, deja mi regalo, huye puto, auséntate ladrón, y desampara lo que no es tuyo.

No fueran menester tantas palabras ni baldones, porque á la primera saltó Ginés, y tomando un trote que parecía carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos. Sancho llegó á su rucio, y abrazándole, le dijo:

—¿Cómo has estado, bien mío, rucio de mis ojos, compañero mío?

Y con esto, le besaba y acariciaba como si fuera persona.

El asno callaba y se dejaba besar y acariciar de Sancho sin responder palabra alguna. Llegaron todos, y diéronle el parabién del hallazgo del rucio, especialmente don Quijote, el cual le dijo que no por eso anulaba la póliza de los tres pollinos. Sancho se lo agradeció.

En tanto que los dos iban en esta plática, dijo el cura á Dorotea que había andado muy discreta, así en el cuento como en la brevedad dél, y en la similitud que tuvo con los de los libros de caballerías.

Ella dijo que muchos ratos se había entretenido en leellos; pero