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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

—De aquí no me levantaré ¡oh valeroso y esforzado caballero! fasta que la vuestra bondad y cortesía me otorgue un don, el cual redundará en honra y prez de vuestra persona, y en pro de la más desconsolada y agraviada doncella que el sol ha visto; y si es que el valor de vuestro fuerte brazo corresponde á la voz de vuestra inmortal fama, obligado estáis á favorecer á la sin ventura, que de tan lueñes tierras viene al olor de vuestro famoso nombre, buscándoos para remedio de sus desdichas.

—No os responderé palabra, fermosa señora, respondió don Quijote, ni oiré más cosa de vuestra facienda, fasta que os levantéis de tierra.

—No me levantaré, señor, respondió la afligida doncella, si primero por la vuestra cortesía no me es otorgado el don que pido.

—Yo vos le otorgo y concedo, respondió don Quijote, como no se haya de cumplir en daño ó mengua de mi rey, de mi patria y de aquella que de mi corazón y libertad tiene la llave.

—No será en daño ni en mengua de los que decís, mi buen señor, replicó la dolorosa doncella.

Y estando en esto, se llegó Sancho Panza al oído de su señor, y muy pasito le dijo:

—Bien puede vuestra merced, señor, concederle el don que pide; que no es cosa de nada: sólo es matar á un gigantazo; y ésta que lo pide es la alta princesa Micomicona, reina del gran reino Micomicón de Etiopía.

—Sea quien fuere, respondió don Quijote; que yo haré lo que soy obligado y lo que me dicta mi conciencia, conforme á lo que profesado tengo.

Y volviéndose a la doncella, dijo:

—La vuestra gran fermosura se levante; que yo le otorgo el don que pedirme quisiere.

—Pues el que pido es, dijo la doncella, que la vuestra magnánima persona se venga luego conmigo donde yo le llevare, y me prometa