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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

—Llámase, respondió el cura, la princesa Micomicona; porque llamándose su reino Micomicón, claro está que ella se ha de llamar así.

—No hay duda en eso, respondió Sancho; que yo he visto á muchos tomar el apellido y alcurnia del lugar donde nacieron, llamándose Pedro de Alcalá, Juan de Úbeda, y Diego de Valladolid; y esto mesmo se debe de usar allá en Guinea: tomar las reinas los nombres de sus reinos.

—Así debe de ser, dijo el cura; y en lo del casarse vuestro amo, yo haré en ello todos mis poderíos.

Con lo que quedó tan contento Sancho, cuanto el cura admirado de su simplicidad, y de ver cuán encajados tenía en la fantasía los mismos disparates que su amo, pues sin duda alguna se daba á entender que había de venir á ser emperador.

Ya en esto se había puesto Dorotea sobre la mula del cura, y el barbero se había acomodado al rostro la barba de la cola de buey, y dijeron á Sancho que los guiase adonde don Quijote estaba; al cual advirtieron que no dijese que conocía al licenciado ni al barbero, porque en no conocerlos consistía todo el toque de venir á ser emperador su amo, puesto que ni el cura ni Cardenio quisieron ir con ellos; Cardenio, porque no se le acordase á don Quijote la pendencia que con él había tenido; y el cura, porque no era menester por entonces su presencia; y así, los dejaron ir delante, y ellos los fueron siguiendo á pie poco á poco. No dejó de avisar el cura lo que había de hacer Dorotea; á lo que ella dijo que descuidasen, que todo se haría, sin faltar punto, como lo pedían y pintaban los libros de caballerías.

Tres cuartos de legua habrían andado, cuando descubrieron á don Quijote entre unas intrincadas peñas, ya vestido, aunque no armado; y así como Dorotea le vió, y fué informada de Sancho que aquel era don Quijote, dió del azote á su palafrén, siguiéndole el bien barbado barbero; y en llegando junto á él, el escudero se arrojó de la mula y fué á tomar en los brazos á Dorotea, la cual, apeándose con grande desenvoltura, se fué á hincar de rodillas ante las de don Quijote; y aunque él pugnaba por levantarla, ella, sin levantarse, le fabló en esta guisa: