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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

carreras.» Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: «¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece.»

Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje; y con esto, caminaba tan de espacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante á derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fué la del Puerto Lápice, otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y al anochecer su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre, y que mirando á todas partes, por ver si descubriría algún castillo ó alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiese remediar su mucha necesidad, vió, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fué como si viera una estrella que no á los portales, sino á los alcázares, de su redención le encaminaba. Dióse priesa á caminar, y llegó á ella á tiempo que anochecía.

Estaban acaso á la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban á Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron á hacer jornada; y como á nuestro aventurero todo cuanto pasaba, veía ó imaginaba, le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vió la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. Fuése llegando á la venta (que á él

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