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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

libre de aquel furioso accidente que tan á menudo le sacaba de sí mismo; y así, viendo á los dos en traje tan no usado de los que por aquellas soledades andaban, no dejó de admirarse algún tanto, y más cuando oyó que le habían hablado de su negocio como en cosa sabida (porque las razones que el cura le dijo, así lo dieron á entender); y así, respondió desta manera:

—Bien veo yo, señores, quien quiera que seáis, que el cielo, que tiene cuidado de socorrer á los buenos, y aun á los malos muchas veces, sin yo merecerlo, me envía, en estos tan remotos y apartados lugares del trato común de las gentes, algunas personas que, poniéndome delante de los ojos, con vivas y varias razones, cuán sin ella ando en hacer la vida que hago, han procurado sacarme desta á mejor parte; pero como no saben que sé yo que en saliendo deste daño he de caer en otro mayor, quizá me deben de tener por hombre de flacos discursos, y aun (lo que peor sería) por de ningún juicio; y no sería maravilla que así fuese, porque á mí se me trasluce que la fuerza de la imaginación de mis desgracias es tan intensa y puede tanto en mi perdición, que, sin que yo pueda ser parte á estorbarlo, vengo á quedar como piedra, falto de todo buen sentido y conocimiento; y vengo á caer en la cuenta desta verdad, cuando algunos me dicen y muestran señales de las cosas que he hecho en tanto que aquel terrible accidente me señorea; y no sé más que dolerme en vano y maldecir sin provecho mi ventura, y dar por disculpa de mis locuras el decir la causa dellas á cuantos oirla quieren; porque, viendo los cuerdos cuál es la causa, no se maravillarán de los efectos; y si no me dieren remedio, á lo menos no me darán culpa, convirtiéndoseles el enojo de mi desenvoltura en lástima de mis desgracias. Y si es que vosotros, señores, venís con la misma intención que otros han venido, y antes que paséis adelante en vuestras discretas persuasiones, os ruego que escuchéis el cuento, que no le tiene, de mis desventuras; porque quizá, después de entendido, ahorraréis del trabajo que tomaréis en consolar un mal que de todo consuelo es incapaz.