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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

señora, porque por Dios que despotrique y lo eche todo á doce, aunque nunca se venda. ¡Bonico soy yo para eso! Mal me conoce; pues á fe que si me conociese, que me ayunase.

—A fe, Sancho, dijo don Quijote, que, á lo que parece, no estás tú más cuerdo que yo.

—No estoy tan loco, respondió Sancho, mas estoy más colérico. Pero dejando esto aparte, ¿qué es lo que ha de comer vuestra merced en tanto que yo vuelvo? ¿Ha de salir al camino, como Cardenio, á quitárselo á los pastores?

—No te dé pena ese cuidado, respondió don Quijote, porque, aunque tuviera, no comiera otra cosa que las hierbas y frutos que este prado y estos árboles me dieren; que la fineza de mi negocio está en no comer y en hacer otras asperezas equivalentes á Dios.

A esto dijo Sancho:

—¿Sabe vuestra merced qué temo? Que no tengo de acertar á volver á este lugar donde ahora le dejo, según está escondido.

—Toma bien las señas, que yo procuraré no apartarme destos contornos, dijo don Quijote, y aun tendré cuidado de subirme por estos más altos riscos, por ver si te descubro cuando vuelvas; cuanto más, que lo más acertado será, para que no me yerres y te pierdas, que cortes algunas retamas de las muchas que por aquí hay, y las vayas poniendo de trecho á trecho hasta salir á lo raso, las cuales te servirán de mojones y señales para que me halles cuando vuelvas, á imitación del hilo del laberinto de Teseo.

—Así lo haré, respondió Sancho Panza.

Y cortando algunas, pidió la bendición á su señor, y no sin muchas lágrimas de entrambos se despidió dél; y subiendo sobre Rocinante, á quien don Quijote encomendó mucho, y que mirase por él como por su propia persona, se puso en camino del llano, esparciendo de trecho á trecho los ramos de la retama, como su amo se lo había aconsejado; y así se fué, aunque todavía le importunaba don Quijote, que le viese siquiera hacer dos locuras.