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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Y diciendo esto se apeó de Rocinante, y en un momento le quitó el freno y la silla, y dándole una palmada en las ancas, le dijo:

—Libertad te da el que sin ella queda ¡oh caballo tan extremado por tus obras cuanto desdichado por tu suerte! Vete por do quisieres; que en la frente llevas escrito que no te igualó en ligereza el hipócrifo de Astolfo, ni el nombrado Frontino, que tan caro le costó á Bradamante.

Viendo esto Sancho, dijo:

—¡Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo de desenalbardar al rucio! que á fe que no faltaran palmadicas que dalle, ni cosas que decille en su alabanza, pero si él aquí estuviera, no consintiera yo que nadie le desalbardara, pues no habia para qué; que á él no le tocaban las generales de enamorado ni de desesperado, pues no lo estaba su amo, que era yo cuando Dios quería; y en verdad, señor caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced van de veras, que será bien tornar á ensillar á Rocinante para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar el tiempo á mi ida y vuelta; que si la hago á pie, no sé cuándo llegaré, ni cuándo volveré, porque, en resolución, soy mal caminante.

—Digo, Sancho, respondió don Quijote, que sea como tú quisieres; que no me parece mal tu designio; y digo que de aquí á tres días te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas.

—Pues ¿qué más tengo de ver, dijo Sancho, que lo que he visto?

—¡Bien estás en el cuento! respondió don Quijote. Ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas, y darme de calabazadas por estas peñas, con otras cosas deste jaez, que te han de admirar.

—Por amor de Dios, dijo Sancho, que mire vuestra merced cómo se da esas calabazadas; que á tal peña podría llegar, y en tal punto, que con la primera se acabase la máquina desta penitencia; y sería yo de parecer que, ya que á vuestra merced le parece que son aquí necesarias calabazadas, y que no se puede hacer esta obra sin ellas, se con-