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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, la ama que tenía, y aun á su sobrina de añadidura.

En efecto, rematado su juicio, vino á dar en el más extraño pensamiento que jamás dió loco en el mundo; y fué, que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo á buscar las aventuras, y á ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado, por el valor de su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dió priesa á poner en efecto lo que deseaba; y lo primero que hizo fué limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas á esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión, hacía una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana. Y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos; y por asegurarse deste peligro, la tornó á hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fué luego á ver á su rocín; y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela (que tantúm pellis et ossa fuit), le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban.