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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

»Tomé y leí la carta, la cual venía tan encarecida, que á mí mesmo me pareció mal, si mi padre dejaba de cumplir lo que en ella se le pedía, que era que me enviase luego donde el duque estaba; que quería que fuese compañero, no criado, de su hijo el mayor, y que él tomaba á cargo el ponerme en estado que correspondiese á la estimación en que me tenía. Leí la carta, y enmudecí leyéndola, y más cuando oí que mi padre me decía: «De aquí á dos días te partirás, Cardenio, á hacer la voluntad del duque; y da gracias á Dios, que te va abriendo camino por donde alcances lo que yo sé que mereces»: añadió á éstas otras razones de padre consejero. Llegóse el término de mi partida, hablé una noche á Luscinda, díjele todo lo que pasaba, y lo mesmo hice á su padre, suplicándole se entretuviese algunos días y dilatase el darla estado hasta que yo viese lo que Ricardo me quería: él me lo prometió, y ella me lo confirmó con mil juramentos y mil desmayos. Vine, en fin, donde el duque Ricardo estaba, fui dél tan bien recebido y tratado, que desde luego comenzó la envidia á hacer su oficio, teniéndomela los criados antiguos, pareciéndoles que las muestras que el duque daba de hacerme merced habían de ser en perjuicio suyo; pero el que más se holgó con mi ida fué un hijo segundo del duque, llamado Fernando, mozo gallardo, gentil hombre, liberal y enamorado, el cual en poco tiempo quiso que fuese tan su amigo, que daba que decir á todos; que, aunque el mayor me quería bien y me hacía merced, no llegó al extremo con que don Fernando me quería y trataba. Es, pues, el caso que, como entre los amigos no hay cosa secreta que no se comunique, y la privanza que yo tenía con don Fernando dejaba de serlo por ser amistad, todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado, que le traía con un poco de desasosiego. Quería bien á una labradora, vasalla de su padre, y ella los tenía muy ricos, y era tan hermosa, recatada, discreta y honesta, que nadie que la conocía se determinaba en cual destas cosas tuviese más excelencia, ni más se aventajase. Estas tan buenas partes de la hermosa labradora redujeron á tal término los deseos de don Fernando, que se determinó, para poder alcanzarlos y