Página:El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (1905, vol 1).djvu/276

Esta página ha sido corregida
166
DON QUIJOTE DE LA MANCHA

pudo excusar de que algunos no llegasen á sus narices; y apenas hubiesen llegado, cuando él fué al socorro, apretándolas entre los dos dedos, y con tono algo gangoso dijo:

—Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.

—Sí tengo, respondió Sancho. Mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?

—En que ahora más que nunca hueles, y no á ámbar, respondió don Quijote.

—Bien podrá ser, dijo Sancho; mas yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae á deshoras y por estos no acostumbrados pasos.

—Retírate tres ó cuatro allá, amigo, dijo don Quijote (todo esto sin quitarse los dedos de las narices), y desde aquí adelante ten más cuenta con tu persona y con lo que debes á la mía; que la mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este menosprecio.

—Apostaré, replicó Sancho, que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa que no deba.

—Peor es meneallo, amigo Sancho, respondió don Quijote.

En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo; mas, viendo Sancho que á más andar se venía la mañana, con mucho tiento desligó á Rocinante y se ató los calzones. Como Rocinante se vió libre, aunque él de suyo no era nada brioso, parece que se resintió, y comenzó á dar manotadas, porque corvetas, con perdón suyo, no las sabía hacer. Viendo, pues, don Quijote que ya Rocinante se movía, lo tuvo á buena señal, y creyó que lo era de que acometiese aquella temorosa aventura. Acabó en esto de descubrirse el alba y de parecer distintamente las cosas, y vió don Quijote que estaba entre unos árboles altos, que eran castaños, que hacen la sombra muy oscura; sintió también que el golpear no cesaba; pero no vió quién lo podía causar; y así, sin más detenerse, hizo sentir las espuelas á Rocinante, y tornando á despedirse de Sancho, le mandó que allí le aguardase tres días á lo más largo, como ya otra vez se lo había dicho, y que si al cabo