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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

punta del lanzón en el rostro, diciéndole que se rindiese; si no, que le mataría.

A lo cual respondió el caído:

―Harto rendido estoy, pues no me puedo mover; que tengo una pierna quebrada. Suplico á vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate; que cometerá un gran sacrilegio; que soy licenciado, y tengo las primeras órdenes.

—Pues ¿quién diablos os ha traído aquí, dijo don Quijote, siendo hombre de Iglesia?

—¿Quién, señor? replicó el caído: mi desventura.

—Pues otra mayor os amenaza, dijo don Quijote, si no me satisfacéis á todo cuanto primero os pregunté.

—Con facilidad será vuestra merced satisfecho, respondió el licenciado; y así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso López, soy natural de Alcobendas, vengo de la ciudad de Baeza, con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas, vamos á la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en Baeza, donde fué depositado, y ahora, como digo, llevábamos sus huesos á su sepultura, que está en Segovia, de donde es natural.

—Y ¿quién le mató? preguntó don Quijote.

—Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron, respondió el bachiller.

—Desa suerte, dijo don Quijote, quitado me ha nuestro Señor del trabajo que había de tomar en vengar su muerte, si otro alguno le hubiera muerto; pero, habiéndolo muerto quien le mató, no hay sino callar y encoger los hombros; porque lo mesmo hiciera si á mí mesmo me matara; y quiero que sepa vuestra reverencia que yo soy un caballero de la Mancha, llamado don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios.

—No sé cómo pueda ser eso de enderezar tuertos, dijo el bachiller,