LEGÓ Sancho á su amo, marchito y desmayado, tanto que no podía arrear á su jumento. Cuando así le vió don Quijote, le dijo:
—Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo ó venta es encantado sin duda, porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por haber visto que cuando estaba por las bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fué posible subir por ellas, ni menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de tener encantado; que te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera subir ó apearme, que yo te hiciera vengado de manera, que aquellos follones ó malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir á las leyes de caballería, que, como ya muchas veces te he dicho, no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propia vida y persona, en caso de urgente y gran necesidad.
—También me vengara yo si pudiera, fuera ó no fuera armado caballero, pero no pude; aunque tengo para mí que aquellos que se holga-