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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

—Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar á los que no lo son.

—Si eso sabía vuestra merced, replicó Sancho, ¡mal haya yo y toda mi parentela! ¿para qué consintió que lo gustase?

En esto hizo su operación el brebaje, y comenzó el pobre escudero á desaguarse por entrambas canales con tanta priesa, que la estera de enea sobre quien se había vuelto á echar, ni la manta de anjeo con que se cubría, fueron más de provecho: sudaba y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que, no solamente él, sino todos pensaron que se le acababa la vida. Duróle esta borrasca y malandanza casi dos horas, al cabo de las cuales no quedó como su amo, sino tan molido y quebrantado, que no se podía tener; pero don Quijote, que, como se ha dicho, se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego á buscar aventuras, pareciéndole que todo el tiempo que allí se tardaba era quitársele al mundo y á los en él menesterosos de su favor y amparo, y más con la seguridad y confianza que llevaba en su bálsamo; y así, forzado deste deseo, él mismo ensilló á Rocinante y enalbardó al jumento de su escudero, a quien también ayudó á vestir y á subir en el asno; púsose luego á caballo, y llegándose á un rincón de la venta, asió de un lanzón, que allí estaba, para que le sirviese de lanza.

Estábanle mirando todos cuantos había en la venta, que pasaban de veinte personas; mirábale también la hija del ventero, y él también no quitaba los ojos della, y de cuando en cuando arrojaba un suspiro, que parecía que lo arrancaba de lo profundo de sus entrañas; y todos pensaban que debía de ser del dolor que sentía en las costillas; á lo menos pensábanlo aquellos que la noche antes le habían visto bizmar.

Ya que estuvieron los dos á caballo, puesto á la puerta de la venta, llamó al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo:

—Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recibido, y quedo obligadísimo á agradecéroslas todos los días de mi vida; si os las puedo pagar en haceros vengado de