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Como teocracia, encontraba en él su elemento de acción por excelencia.

En la bula Unam Sanctam, que para los absolutistas era naturalmente dogmática, Bonifacio VIII había sostenido que las dos espadas, la temporal y la espiritual, pertenecían á la Iglesia: una en poder del Papa, y la otra en el del soldado, pero sujeto éste al sacerdote: in manu militis, verum ad nutum sacerdotis. Y los jesuitas alimentaban este ideal.

Luego, el desencanto producido por la decadencia de la gloria patria, y por la corrupción que asumía tan repugnantes formas, llevó á la corriente religiosa los mejores espíritus, aumentando, si aun lo necesitaba, el lustre de la nueva institución, con cuyo predominio aseguraba la Península su permanencia en la Edad Media.

Ésta había concluído de hecho con el último desafío foral, que Carlos V presidiera en Valladolid; pero su espíritu seguiría incólume hasta hoy en el pueblo. El contacto íntimo de la nación con el soberano, al extinguirse el poder feudal, dando por fruto una exageración de militarismo, estableció las relaciones entre súbdito y monarca, sobre