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descolló entre esos, hasta volverse dechado, y sus célebres «disputas» sobre el matrimonio, constituyen el más ingenioso dispensario de alcoba que se pueda concebir, si no son sencillamente un caso de erotomanía, en el que influyó tal vez su virginidad, que Renaud y Sotuel atestiguan con elogio.

Jamás le condenaron, sin embargo, antes le alabaron por eso; y entre sus panegiristas, que fuera de los citados los tuvo tan buenos como Rivadeneyra y el mismo Clemente VIII, hubo alguno (Cambrecio) que llegó á calificar de feliz milagro su entrada en la Compañía: prueba de que su doctrina interpretó admirablemente la moral de la comunidad.

Aquel predominio de la razón y del examen sobre el sentimiento, se manifestó en todos los órdenes de la vida jesuítica; y, circunstancia que lo hace aún más notable: mientras las demás órdenes abundan en poetas, en ésta hay, sobre todo, hombres de ciencia [1]. El arte le interesa poco, á no

  1. Alguna vez he mencionado las correcciones hechas al Breviario, en 1631, por los jesuítas Galucci, Strada y Petrucci, de orden de Urbano VIII. Llegaron á 900, y suprimieron cuanto en la poesía mística de los primeros siglos fué audacia de expresión, neologismo, forma nueva: todo quedó nivelado al cartabón pedante del humanismo.