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establecía «cuál de los 43 Hércules fué el mayor, y cómo siendo rey de España tuvo amores con una africana en quien tuvo un hijo que fundó á Avila»(!). Desapareció toda idea de ciencia práctica; y la alquimia, que había producido siglos atrás sabios tan nobles como Raymundo Lulio, apagó su horno científico ante el quemadero inquisitorial.

Aquel desierto de ideas absorbió en su esterilidad la vida entera del país, cuya decadencia irremediable, á pesar de su bravura y de su genio, demostró que el progreso de las naciones no está en la raza, ni en la riqueza del suelo, sino en las ideas cuyo es el espíritu animador.

Quedaron sólo en pie, cada vez más enormes, cada vez más opresores, la Iglesia con su lúgubre maquinaria de tormento y su teología, y el insaciable Fisco, del cual eran danaides alcabalas y gabelas.

Una rapacidad sin ejemplo acosó al trabajo nacional. El hambre fué desde entonces «el diablo de España». Los mendigos se instituyeron en corporaciones que explotaban las ciudades por barrios, como los ladrones, con quienes tenían más de un