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El atraso intelectual, sobreviniente á la expulsión morisca, quitó á sus universidades la clientela inglesa, contribuyendo esto, tanto como la religión, es decir en parte principal, á la pérdida de aquella alianza británica, cuya ruptura empieza la era de las grandes desgracias peninsulares. Las ciencias naturales acabaron del todo, y la medicina, que fué su resto, dió á poco andar en el más ridículo empirismo. La escuela griega se sobrepuso á la arábiga, dominando el campo desde los comienzos del siglo XVI, y ya España no fué su sede. La medicina española estaba reducida á los trataditos de Monardes, cuyos solos títulos bastan para denunciar su carácter: Tratado de la piedra bezoar y de la yerba escorzonera; Tratado de la nieve y del beber frío, etc. En la Academia de Medicina de Granada, servía de texto la disparatada Medicina española contenida en proverbios vulgares de nuestra lengua, por el doctor Juan Soropán de Rieros. La misma Salamanca, carecía de una cátedra de matemáticas. En Alcalá, no se enseñaba derecho patrio. Servían de fundamento histórico, apocrifidades tan burdas como la Crónica de Avila, cuya primera parte