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su raza, Inglaterra aprovechó sus talentos más libres, aunque no quizá los mejores; pero la cuestión no era de calidad individual, sino de ideas generales.

Desde 1559, comenzaron á llegar á aquel país los reformadores españoles perseguidos por la Inquisición. El sectarismo y la rivalidad política que se pronunciaba cada vez más en ofensas, los acogían con predilección singular, reconociendo sus méritos hasta el punto de darles á desempeñar cátedras en la misma Oxford.

Arias Montano y Pérez de Pineda, merecieron la admiración británica; Del Corro y Valera, imprimieron sus obras en Inglaterra; y los españoles residentes allá, casi todos comerciantes, vale decir más accesibles al espíritu moderno, adoptaron la Reforma.

De tal modo España, al repudiar las tres manifestaciones correlativas de la civilización moderna que comenzaba: el comercio, y en consecuencia la colonización; la Reforma, fuente directa del racionalismo, y el concepto civil de la autoridad, base de las instituciones democráticas, abjuró de hecho el progreso.