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del silogismo. Ciencia y religión eran la misma cosa á este respecto, pues la Biblia y Aristóteles se conciliaban en el mismo concepto de autoridad. Corporal y espiritualmente, la unidad era el objetivo. Así, la única oposición, provino de que tanto el papa como el emperador, se atribuyeron la representación de esa unidad, discutiendo sus parciales una mera cuestión de investidura. En España había vencido el emperador.

El protestantismo rompió este molde, con la agitación que causara. Ello fué involuntario sin duda, pues la Reforma, «querella de frailes», en efecto, al comenzar, quería la misma cosa, desde que discutía todo, menos la Biblia; pero á fuer de revolución sobrepasó su objetivo, beneficiando su éxito al mundo.

La monarquía absoluta cuyos privilegios hería de muerte aquella conmoción, reaccionó potente; y su triunfo en la Península, quitó á ésta la última esperanza de abandonar la Edad Media en que permanecía. Bajo Felipe II, las Cortes de Tarazona prohibieron como un delito que se gritara Viva la Libertad.

Así como el Nuevo Mundo le quitó lo mejor de