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brevísimo, la mirada que anticipa en languidez tristezas de amores. Apasionada hasta la locura, su afecto era de una incorruptible fidelidad, que naturalmente se exteriorizaba en altivez. El amor accidental, la galantería, le eran casi desconocidos. La vida entera del amante le parecía poco, pero es porque ella amaba hasta la muerte. Doña Juana la Loca, es un caso de España. Su vida, consecuente con estos rasgos, se eclipsa en el hogar. Madre, impera; y esposa, reina. Pero la presión de los celos masculinos, la eternidad de aquella renunciación del mundo, que significa el desenlace de su amor, le infunden una gravedad cuyo fondo es tristeza; y la religión agrega su elemento terrorista á esa sombra, imponiendo una actualidad de dolor en una remota esperanza de ventura. No se amengua su exaltación, sin embargo, antes crece en la melancolía. La devoción, que es su segundo amor, la apasiona igualmente. Santa Teresa ha quedado proverbial. Fuego divino y llama infernal, lo mismo la queman. Carnal ó celeste, su amor vive en el arrebato. La monarquía, colaborando en esa devoción, más la había sublimado. Estaban para ejemplos las venerables