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no tuvieron una iniciativa en pro de la belleza. Aquel siglo del Renacimiento, que en un solo año (1564) veía morir á Miguel Ángel y nacer á Shakespeare, nada tuvo que agradecer á la familia pontificia española, sucedida, para mayor contraste, por Julio II y por León X.

Otro detalle que revela el fondo artificioso de esa literatura, en toda su amplitud, es que la mujer apenas afecta á la poesía. España no tiene un solo «poeta del amor» [1].

Nada, sin embargo, más propicio á la inspiración que la mujer española.

Poco interesa por de contado la alta dama, que es igual bajo todas las latitudes. Clase media y pueblo, menos nivelados por el artificio convencional, más sensibles al ambiente, más puros de raza, dan un tipo decididamente admirable.

Férvidas morenas, que tienen, como la miel, su cualidad substantiva en su dulzura. Muelles en la pereza oriental, que están denunciando la pantorrilla baja, la lentitud cadenciosa del andar, el pie

  1. No ignoro que se me objetará con Garcilaso; pero siendo fácil demostrar su constante imitación de Petrarca, el lector deducirá lo que podía haber de genuino en su tendencia amatoria.