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el espíritu foral, enemigo encarnizado del romanismo, se conservaba violento á pesar de las deformaciones. Había sufrido, sin cambiar en substancia, la adaptación torpemente efectuada por los abogados del siglo XIV, é intentada desde el anterior, al contacto, diríase íntimo, con los bizantinos, como que la madre de Jaime el Conquistador, por ejemplo, fué nieta de Manuel Comneno I. La barbarie feudal de esos privilegios, chocó rudamente con el absolutismo latino de la monarquía, pero sin intervención del pueblo, á no ser como carne de cañón.

Las tentativas para suprimir semejantes focos de separatismo en las soberanías incorporadas, fueron éxitos más militares que políticos, pues á los abolidos no se los compensó con nada mejor, dado que la ley sustituyente era sólo un instrumento de explotación fiscal. Los subsistentes, lógicos en los tiempos feudales, quedaron como un arcaísmo, intrincando la legislación sin fruto alguno; y el Estado, como se verá en breve, fué nada más que una policía incómoda, dedicada por entero á la extorsión contributiva.

Sobrepúsose entonces la destreza leguleya al