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de emparejarles la apuesta, habrían volcado la bola del mundo en sus cubiletes. Langostas de la guerra, mucho más temibles que los enjambres alados, la tierra rué el rastrojo que se comieron. Durante años y años se los había visto pasar bajo los estandartes y las picas, como á través de escueta vegetación, repercutiéndoles en el enjuto estómago los tambores de piel de hombre; provocando el bigote con sus petulantes antenas; cubiertos de remiendos internacionales sus calzones de estambre y sus jubones de cordobán; limpios sólo de sable y de bolsillo; mordido de herrumbre el peto, el birrete de hierro apuntado por la mecha del arcabuz [1].

Distinguían al hombre de ley su venalidad y su torpeza. Si juez, el delito se le escapaba siempre; si alguacil, su pesquisa no daba sino en algún inocente desvalido, que pagaba por justos y pecadores. Era costumbre inveterada, desde dos siglos atrás, que los cuadrilleros de la Santa Hermandad sisaran en los robos que descubrían. Las pandillas

  1. Los escritores tácticos españoles, como Sancho de Londoño, Bernardino de Mendoza, Gutiérrez de la Vega, etc., alcanzaron renombre internacional.