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que trastornó, y si se tiene en cuenta las predisposiciones nativas, es fácil comprender lo imposible de una reacción. La fantasía suplió con sus creaciones al perdido fausto; el orgullo heredó de gloria á la nación; la tenacidad característica incrustó para siempre en su ánimo ese culto del pasado, que no impone responsabilidad alguna al deudo, por ser esencialmente decorativo.

El gobierno, aun siendo tan poderoso, defirió á las inclinaciones nacionales con mayor fuerza quizá, siguiendo una tendencia genérica. Efectivamente, «gobernar» en su acepción política, es la expansión metafórica de un vocablo náutico-en realidad dirigir el buque-pudiendo continuarse la metáfora en sentido psicológico, si se aplica á la situación del timonel. Éste y el gobernante se encuentran realmente en la popa de la nave, no estando entonces llamados á descubrir las nuevas tierras; y he aquí por qué solicitar de los gobiernos iniciativas revolucionarias, equivale á sacarlos de su cometido.

Aquella monarquía peninsular, que ni con mucho podía ser calificada de progresista, dado su ideal absoluto y su concepto puramente militar